miércoles, 1 de mayo de 2013

Con pechera o con Chaleco.



El 20 de Abril de 2012, en la Asamblea de Madrid, el legislador de UPyD Luis de Velazco,  le recordó a Esperanza Aguirre (Alcalde PP) que “una sociedad se distingue por la forma en que trata a los más débiles”, en medio de la crítica a un decreto por el que  prohibía prestar asistencia sanitaria pública a los inmigrantes “sin papeles”.



Excelente parámetro el expuesto para distinguir ideológicamente a los gobiernos, desnudando una de las actuales contradicciones que enfrentan a la hora de conducir los destinos de los estados y concebir las relaciones sociales en su seno, promoviendo su construcción sobre los cimientos de la solidaridad o del individualismo y el lucro. El mismo parlamentario le expresó a la alcaldesa: “gobernar es optar, liderar y dar explicaciones”.

Las concepciones que llevan a los gobiernos a optar por una u otra forma de promover la construcción de vínculos sociales (o de destruirlos) suelen explicitarse en las Cartas Orgánicas de los partidos políticos pero, sobre todo, en su iconografía. Es clara la alusión a la unidad clasista de la hoz y el martillo cruzados presente en los partidos de raigambre marxista, como también los es la aspiración a la complementariedad de clases presente en el escudo del peronismo, que no alude a la igualdad liberal, sino a una relación asimétrica donde el más afortunado se hermana con el más débil.

En los noventa, uno de los mayores éxitos del neoliberalismo consistió en lograr que la ola globalizadora unifique discursos, las ideologías como elemento diferenciador de fueron sustituidas por los eslóganes y, a lo sumo, por abstractas alusiones a un pasado que no encontraba anclaje en la acción política actual. Los íconos expresaron la nada misma. Lo sufrieron las reconvertidas alternativas socialistas europeas y lo sufrió el peronismo acá. El discurso único condenó al socialismo español a la aplicación de recetas de rancio corte derechista, diluyendo su personalidad histórica en la misma argamasa que habitaba desde su nacimiento  el postfranquista PP. De manera idéntica que Menem, sin sonrojarse, gobernara Argentina poniendo en prácticas las propuestas perdidosas de Angeloz. La democracia, a uno y otro lado del Atlántico, se convertía en un juego de formalidades cosméticas que a lo sumo podría aspirar a poner gerentes en una empresa orquestada por poderes invisibles e incuestionables, y por ello, las diferencias  políticas perdían nitidez y sus discursos se desbarrancaban en el descrédito.

Las empresas que hacen de la comunicación masiva su sustento, colaboraron con la crisis de credibilidad repitiendo monocordes la goebbeliana táctica de la simplificación. Nos recordaron a cada momento que “son todos iguales”, en un tono de ajenidad crítica que ocultaba la conveniencia propia en tal situación, e instalando un rasero en el que hundían con alevosía, fundamentalmente, a quien pretendiera diferenciarse de la decadencia. Así, la consigna simplista “Kirchner = Menem” horadó las débiles consciencias incapacitadas a discernir más allá de lo que viniera predigerido y estampado en tamaño tabloide, aniquilando cualquier debate antes de que despuntara.

Ahora, el entramado de confusión y de homogenización cede con facilidad ante la evidencia cruel de la imagen, y sobre todo, cuando una frase simple es capaz de expresar en toda su magnitud las contradicciones que pretenden ocultarse. POr un lado, las imágenes de jóvenes de Unidos y Organizados, identificados con sus pecheras, trabajando para tratar de palear la tragedia de los inundados de La Plata, o en tareas solidarias a modo de festejo de los 10 años de aquella elección en que Néstor iniciara su camino a la presidencia (resignificando y revalorizando el ícono presente en el escudo partidario). Por otro, y contrastando enfáticamente, las obscenas imágenes de la policía metropolitana (resguardada con chalecos antibalas y escudos) apaleando y baleando para abrir paso al progreso y la comodidad, invadiendo los territorios donde los bárbaros pacientes psiquiátricos intentan reencontrarse consigo mismo y con sus semejantes. Una ideología, un gobierno, también “se distingue por la forma en que trata a los más débiles”, sería el simple corolario que nos propone el parlamentario madrileño.

Y a “la sociedad”, en el caso, iluminada su razón por las inapelables imágenes (extirpada la excusa de la inducción mediática y los tergiversados relatos) le corresponde “optar y dar explicaciones” sobre los por qué suscribe a una forma u otra de liderazgo.



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