miércoles, 30 de julio de 2014

Sos un antisemita, sabelo.


Y ningún argumento servirá para contradecirlo...

Si las partes sobre las que versara la reflexión fueran, supongamos, los Estados Unidos y Granada, o la Triple Alianza y Paraguay,  o el Imperio Otomano y los armenios, en cualquiera de estos casos emergería fácil el repudio. La balanza se inclinaría sin dudas ni atenuantes a favor del más débil, del que soporta la agresión, del que sufre la masacre en su territorio invadido. Se volcarían sin pudor las condenas y no existiría ninguna obligación de dar razón ni excusas por la parcialidad.     

Sin embargo, cuando en el debate aparecen el Estado de Israel y el Pueblo Palestino (sin Estado), a pesar de la notoria asimetría de fuerzas, la cuestión se dificulta. Sin dudas esto es la prueba más contundente de que el “Escudo de Acero” más eficaz con que cuenta el primer protagonista, consiste en cosificar a cualquier crítico de sus políticas, fulminándolo con la calificación de antisemita, y enrostrarle una genérica responsabilidad en su trágica historia o (peor) en un hipotético futuro que la reedite.  
  



Un escudo ideológico trabajosamente construido desde que quedara en evidencia que David había dejado de serlo, para transformarse en la filial de Goliat en el Medio Oriente, como quedara explicitado en la Guerra de los Seis Días (1967) y en todo conflicto bélico o retorsión militar que la sucedieron. La evidencia del poderío militar incomparable en la región, la autosuficiencia defensiva y la permanentemente amenazante capacidad ofensiva del Estado de Israel, tuvieron el efecto de empezar a desvanecer el sentimiento de culpa que (con justicia) se  instaló en los pueblos de occidente, producto de la irresponsable despreocupación (cuanto menos) con que actuaron (o se abstuvieron de hacerlo) mientras el régimen nazi enderezaba sus acciones al exterminio del pueblo judío. Y no me refiero sólo a la ausencia o debilidad de condenas, sino también al retaceo de colaboración a la hora de colaborar con aquellos que intentaban escapar a la condena a muerte masivamente impuesta (1).      

Hace un mes, escuchaba a Eduardo Jozami disertar sobre las variadas formas “politización de la memoria”, hacía referencia al caso argentino, y lo comparaba con los procesos españoles y judío (entre otros). Respecto a este último señalaba que la centralidad de la rememoración, durante las primeras décadas de post guerra, radicó en la heroicidad de la resistencia en el Gheto de Varsovia. Luego, afirma Jozami, se inclinó el eje hacia la trascendencia del Genocidio, de la Shoá. A la vista de los recientes acontecimientos, sería fácil establecer un paralelismo entre la situación sufrida por los judíos del Gheto y la actual de la Franja de Gaza, por lo que cualquier mal dispuesto podría creer en la inconveniencia de mantener demasiado vívido ese retazo de la memoria.
En respaldo de aquella afirmación encontramos que en 1978 es establecida por Jimmy Carter la “Comisión Presidencial del Holocausto”, sobre cuya base el Congreso de EEUU autoriza la construcción del Museo del Holocausto en Washington D. C., primer eslabón de una larga cadena de “Memorials” que se extendieron rápidamente por el mundo.  En la página web del museo encontramos que su finalidad no es sólo mantener vivo el recuerdo del genocidio ocurrido durante el nazismo, sino también “enfrentar el antisemitismo”  entendido como “prejuicio contra los judíos u odio hacia ellos”. Idea que claramente deja fuera del objeto de la institución combatir toda otra forma de prejuicio u odio racial, religioso, étnico, de género o político que han sido frecuentes inspiradores de crímenes genocidas, excluyendo asimismo a otros pueblos semitas no-judíos (por ejemplo, a los palestinos o árabes en general). En cambio, sí podemos encontrar sentencias que aplican al término antisemitismo, malversando su sentido original, a cualquier crítica a las políticas israelíes respecto a los palestinos, tales como "El presidente de Venezuela acusó a Israel de intentar un “genocidio” contra el pueblo palestino".

Lejos de mi intención está restar mérito a la importancia que este recurso tiene a la hora de mantener viva la memoria de los acontecimientos sucedidos durante el nazismo, o desconocer la magnitud del mismo como fuente de conocimiento, de estudio o herramienta de divulgación y prevención. Como tampoco pretendo ignorar la existencia de núcleos de pensamiento, de acción y de propaganda que siguen estigmatizando y satanizando “lo judío”.

Pero no puedo eludir relacionar la  iniciativa con una respuesta al planteo de un brote de “nuevo antisemitismo” (o “judeofobia”) que se afirma estalló a posteriori de la Guerra de los Seis Días ocurrida en 1967, y se fue incrementando con los sucesivos éxitos militares israelíes (como Yom Kipur - 1973) y las sucesivas arremetidas (y colonización) sobre los territorios reservados en 1948 a la población palestina. La expansión territorial, la evidente asimetría militar del estado de Israel (alimentada desde  los EEUU, Inglaterra y Francia) respecto a sus vecinos, y la opresión y el desplazamiento sufridos por los palestinos argumentando razones defensivas, sustituyó en la opinión pública internacional la imagen de estado débil rodeado de enemigos por la de una superpotencia militar que sirve de cabeza de playa para los intereses occidentales. La invocación recurrente de la tragedia común sufrida en el pasado, y la alerta permanente sobre una hipotética reiteración del intento de eliminación de la raza (que progresivamente se fue confundiendo y asimilando con el intento de eliminación del estado de Israel), puede ser vista entonces como un elemento disciplinador de consciencias críticas al accionar del estado Israelí.

Esta realidad no pasó desapercibido para intelectuales de indubitable alineamiento con la causa judía. En su ensayo “Ser Judío” en 1967 León Rozitchner se preguntaba “¿Qué extraña inversión se produjo en las entrañas de ese pueblo humillado, perseguido, asesinado, como para humillar, perseguir y asesinar a quienes reclaman lo mismo que los judíos antes habían reclamado para sí mismos? ¿Qué extraña victoria póstuma del nazismo, qué extraña destrucción inseminó la barbarie nazi en el espíritu judío? ¿Qué extraña capacidad vuelve a despertar en este apoderamiento de los territorios ajenos, donde la seguridad que se reclama lo es sobre el fondo de la destrucción y dominación del otro por la fuerza y el terror?”.

El mismo autor, en 2006, elige un párrafo de la misma obra (ratificando su plena vigencia),  para comenzar un artículo publicado por Página 12  en ocasión de otra ofensiva israelí sobre Gaza: “No tomo partido sólo por el pueblo palestino sino también por el pueblo judío. Reafirmo al mismo tiempo que la situación histórica de los judíos, que culminó durante el nazismo en el aniquilamiento, hizo necesario que también los judíos fueran una nación más entre las naciones del mundo: ése es el derecho moral irrenunciable, es cierto, del pueblo judío. Pero este hecho también impone necesariamente a los judíos respetar la vida de otros pueblos como ningún otro pueblo puede quizá sentirlo. Al hacerlo estoy planteando mi derecho a seguir siendo un judío argentino sin avergonzarme de serlo frente a lo que está también haciendo de nosotros el Estado de Israel en Palestina: si cumple su mandato ético e histórico o sirve a otros designios extraños a nuestra propia historia milenaria”. El artículo concluye con una acusación a la derecha que gobierna Israel: “Para hacer lo que hacen en Palestina los judíos que están en el poder deben mantener el secreto moral del origen de su derecho a una patria y prolongar allí los valores inhumanos de sus propios perseguidores milenarios... Debieron convertirse en cómplices de sus asesinos, no denunciarlos, ya no decir nunca más que el cristianismo y el capitalismo fueron sus exterminadores porque ahora ambos se habían convertido en su modelo y en sus aliados.

Ayuda para ilustrar la idea de “Nueva Alianza” expresada,  el hecho de que en el sitio del “Memorial” (o al menos la funcionalidad del parcelamiento de la construcción de significados), la versión que se replica de aquel famoso  poema de Martin Niemöller (habitualmente atribuido a B. Brecht), ha sido mutilada en su primer verso, aquel que dice “Primero (los nazis) vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista”. También ayuda esta relación de Norman Filkenstein (2): “la comunidad judía organizada norteamericana se olvidó rápidamente de la desquiciada declaración de Ronald Reagan en 1985, en el cementerio de Bitburg, cuando dijo que los soldados alemanes (incluyendo a los miembros de las Waffen SS) allí sepultados habían sido tan seguramente víctimas de los nazis como las víctimas de los campos de concentración. En 1988 Reagan fue galardonado con el premio al “Humanitario del Año” otorgado por una de las más prominentes instituciones del Holocausto, el Centro Simon Wiesenthal, por su “firme apoyo a Israel”; y en 1995 con la “Antorcha de la Libertad” por la pro-israelí ADL” (“La industria del Holocausto” 2000).

Norman Filkenstein, intelectual judeonorteamericano, explora la tesis de que el “Holocausto” está siendo explotado por fines políticos pro-israelíes y para financiar a los actores políticos, en desmedro de los verdaderos sobrevivientes: “Una vez reformulado ideológicamente, El Holocausto, demostró ser el arma perfecta para desviar la crítica de Israel... Lo más obvio es que la evocación de la persecución histórica permitió desviar la atención de las críticas actuales. Los judíos hasta podían hacer referencia al “sistema de cuotas” que habían padecido en el pasado como un pretexto para oponerse a los programas de acción afirmativa. Más allá de ello, sin embargo, el esquema del Holocausto concibió al antisemitismo como un odio gentil estrictamente irracional hacia los judíos. Excluyó la posibilidad de que la animadversión contra los judíos podría estar fundada sobre un real conflicto de intereses. El invocar al Holocausto fue, por lo tanto, una maniobra para deslegitimar toda crítica a los judíos: cualquier crítica sólo podía surgir de un odio patológico” (del mismo libro).

Sobre la construcción de esa desmesurada y éticamente desmoralizante ofendícula, es lógico concluir que se esperase que nadie cuestione que, sin investigación previa para atribuir responsabilidades ciertas, ni argumento de peso valedero, el asesinato de 3 jóvenes (en circunstancias nunca aclaradas y sin autor determinado) pueda ser tenida como argumento válido para justificar la impiadosa lluvia de misiles sobre la población civil palestina. Incluso resultaría aceptable que, desde las filas proisraelíes, se llegue a bastardear el significado del concepto “desproporción”. En respaldo, un prodigioso aparato de propaganda siempre estaría dispuesto a saturar de acusaciones de “antisemita” a cualquiera que se animara a levantar su voz en repudio a las políticas de apartheid, de ejecuciones sumarias, de detenciones “administrativas”, de bloqueo a ayuda humanitaria y sanitaria, de bombardeo a población civil, escuelas, hospitales e instalaciones de suministro de servicios básicos.

Así, en virtud de una extorsión sentimental, de un relato que victimiza al agresor, de la desnaturalización de los símbolos, de las palabras y de la apropiación de un legado universal,  el discurso de cualquier militante anticolonialista o antiimperialista que se solidariza con cualquier pueblo del mundo oprimido o agredido, o la reacción indignada de cualquier persona de buena voluntad frente a los asesinatos masivos de civiles indefensos, es estigmatizado, sin más, con la acusación de antisemita, lo que significa, lisa y llanamente, simpatizante de los genocidas, cuando el agresor tiene la particularidad de ser el Estado Israelí.


(1) Aludo, por ejemplo, a la Circular Secreta Nº11 de la Cancillería Argentina en 1938 (otra infamia de la década infame), que denegaba el acceso al país a migrantes declarados “indeseables” en su país de origen, término con el que el Reich había calificado a los judíos (entre otros) en la Ley de Desnacionalización de 1933. O a las exigencias formales exigidas por el Dpto. de Estado norteamericano para otorgarles la visa del país del Norte, como certificado de buena conducta expedido por la policía alemana o prueba de permiso para salir de Alemania (en 1939).

(2) Hasta donde sé, el primero en ser coronado por la comunidad judía organizada de EEUU con el singular mote de “judío que se odia a sí mismo”, el mismo que Sergio Szpolsky le dedicó recientemente a Pedro Brieger. Aquellos lograron que el académico perdiera su trabajo como docente universitario, Szpolsky todavía no.